domingo, 10 de mayo de 2015

Lo dejó todo para estudiar medicina y tratar a su hija Mara

La primera palabra que Miguel Ángel Orquín escuchó pronunciar a su hija Mara fue a los seis años. No dijo mamá ni papá. El primer sonido nítido que salió de su boca fue algo que ella deseaba en ese momento: una galleta. Pronunció aquella palabra despacio, saboreando cada sílaba, con la misma fuerza con la que Miguel Ángel nos lo cuenta desayunando en la cafetería del Hospital General Universitario de Valencia, donde está haciendo prácticas en traumatología

Pero esta anécdota es sólo un capítulo más de la asombrosa historia de este operario textil que acaba de terminar a los 42 años la carrera de Medicina, que empezó a estudiar para poder investigar la enfermedad rara de su hija Mara de 12 años. Una niña que no habla, tiene constantes ataques de epilepsia, autismo y un trastorno obsesivo e intelectual grave.
Quien piense que esta es una historia triste se equivoca. Aquí no caben la compasión ni los prejuicios. Sólo la interminable lucha de un padre coraje a la conquista de la felicidad. Paso a paso sin desmayo ni flaquezas. Aunque su hija Mara tardó nueve meses en esbozar su primera sonrisa, él lo hace todos los días. Y esta semana con más razón que nunca. El miércoles recibió su título de licenciado en Medicina. El Palau de la Música de Valencia se llenó de más de 200 estudiantes para la ceremonia de graduación. Y allí estaba el padre de Mara, recibiendo de manos de la vicerectora de la Universidad la banda de médico y el documento con su juramento hipocrático. A su lado, su mujer Natalia y su hijo Joan, de ocho años. Mara no pudo asistir. "No puede estar más de media hora en un sitio cerrado lleno de gente. Se agobia y se pone a gritar". Por eso, al acabar el acto, sus compañeros se fueron de fiesta y él a su casa. Sólo quería una cosa: abrazar a Mara.

Ese todo por mi hija de Miguel Ángel ha durado seis largos años. Muchas horas encerrado en una habitación al calor del flexo con sus libros de medicina. Seis años intentando comprender lo que le sucedía a su hija, mientras su mujer, Natalia, tenía que aguantar los empujones, pellizcos y ataques epilépticos de Mara, que tiene una enfermedad rara llamada Idic15. Seis años de investigación que fueron reconocidos con la mejor nota cuando Miguel Ángel presentó ante un tribunal médico su trabajo de fin de carrera sobre el caso clínico de su hija. "Se quedaron impactados y emocionados. Al acabar los médicos y profesores no me preguntaron nada, sólo me dieron las gracias por haberles enseñado la historia de una enfermedad desconocida para ellos". Palabra de padre. Y médico.
Unos días antes de su graduación, Crónica había encontrado a Miguel Ángel paseando por los pasillos del Hospital Universitario de Valencia. Cualquier persona que viera a este hombre corpulento moverse con esa soltura y seguridad pensaría que es un doctor con muchos años de experiencia y no un estudiante de 6º de Medicina. "Tenía 36 años cuando empecé la carrera y estaba rodeado de críos de 18 años. Es otra generación, me encontraba al principio desplazado, pero he ido sacando curso por año y he hecho buenos amigos", dice. 

Estamos a pocos días de su licenciatura. Y no para. Tras terminar la jornada de prácticas, es hora de volver su casa de Ontinyent, un municipio de 37.000 habitantes a 83 kilómetros de Valencia. Nos recoge en el viejo Citroën que compró con su primer sueldo cuando trabajaba como mozo de almacén en una fábrica textil. Se ajusta las gafas, mete la primera marcha y empieza un viaje de una hora de vuelta a casa.

Referencias:

Diario El Mundo

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