domingo, 22 de noviembre de 2015

La Crisis del mundo islámico

WILLIAM PFAFF

Unidos por el Corán y la lengua árabe, la civilización islámica vive una interminable crisis de carácter político y religioso. Resolverla está en manos de los países musulmanes. La intervención externa solo ha servido para frustrar cualquier intento de solución interna.

Desde la caída del Imperio Otomano tras la Primera Guerra mundial, la civilización islámica árabe atraviesa una profunda crisis que solo habrá de resolverse desde dentro. Esta crisis es de carácter tanto político como religioso, y podría compararse a la vivida en Europa durante la guerra de los Treinta Años, que terminó en 1648 con la Paz de Westfalia. Estos supusieron la aparición de un nuevo sistema de Estados soberanos nacionales y, en el ámbito religioso, allanó el camino para la aceptación del principio cuius regio, eius religio, fijado por la Dieta de Augsburgo en 1555. A grandes rasgos, puede decirse que ambos instrumentos legales se han respetado en Occidente hasta hoy, excepción hecha del siniestro interludio totalitario del siglo XX.
Ni la aparición inesperada del que se ha autoproclamado nuevo Califato Islámico, ni las atrocidades que demuestran su poder e impiedad, ni su objetivo declarado de recuperar una edad del islamismo deberían ser considerados fenómenos nuevos en la historia del imperialismo y del posimperialismo. Que últimamente el debate en los círculos europeos y estadounidenses haya girado en torno a lo qué hacer (o no hacer) con respecto al Estado Islámico (EI) revela hasta qué punto, sorprendentemente, se ignora la Historia y se insiste en no reconocer las continuadas futilidades y fracasos de Occidente a la hora de imponer su voluntad más allá de sus fronteras. Este nuevo movimiento que llama a recuperar el poder perdido y la gloria pasada del islam es, en realidad –y por poco convincente que parezca esa aspiración–, la última etapa de la crisis que aqueja a la civilización árabe musulmana desde su desmembración tras la derrota del Imperio Otomano, la última manifestación política de un islam unido.

La vuelta al pasado
Nos repiten una y otra vez que para entender el presente debemos estudiar el pasado, pero en la práctica rara vez lo hacemos con amplitud de miras. En varias ocasiones se han alzado movimientos populares radicales que exigían devolver a alguna sociedad fragmentada y culturalmente consternada su Edad de Oro: ocurrió dos veces en la China del siglo XIX (las rebeliones Taiping y de los bóxers), en India (el llamado motín de los cipayos de 1857) y en el Sudán colonial (donde el mahdi Mohamed Ahmed, mesiánico purificador del islam, tomó Jartún en 1885 y asesinó al general Charles Gordon). Estos son solo dos de los ejemplos más relevantes de insurrecciones contra el poder imperial.
Se trata de un fenómeno que apareció en el África poscolonial, cuando los practicantes de religiones animistas se propusieron capturar o emular el poder de la religión imperial para escapar de la explotación. Un fenómeno que sigue dándose en su forma más primitiva. ¿Qué, si no, son el terrible Ejército de Resistencia del Señor de Uganda u otros fenómenos radicales, como Boko Haram, clasificados por los gobiernos europeos simplemente de “terroristas”? Su poder reside en que los inspiran determinadas interpretaciones, a veces perversas, de la religión.
Tales fenómenos son, en su totalidad, expresión del problema quizá más recurrente de la historia: la búsqueda de la “clave del Milenio”, común a sociedades tanto sencillas como sofisticadas desde los tiempos más remotos. Por ejemplo, ¿qué diríamos que es (y sigue siendo, en ciertas formas fragmentadas) el comunismo? El comunismo propuso un método para alcanzar las promesas hechas por la Internacional Comunista y varios gobiernos, entre ellos el soviético: el Gran Día, en que la virtud quedaría encarnada en una futura felicidad permanente y en una condición humana transformada, el Gran Día en que se recuperaría un pasado glorioso que traería la justicia y la dicha a los pueblos afligidos. Es decir, una religión secular.
Estamos pues ante un fenómeno moderno. En Occidente, durante la Edad Media, se consideraba que el paraíso prometido existía más allá del tiempo y que solo abriría sus puertas después de que la llegada del Mesías acabara con el dolor de la existencia terrena. El nuevo milenio marcaba el final de una era secular, tras el cual se agotaría la historia de la humanidad y daría comienzo el milenio de reinado celestial, tal y como prometió el Libro de las Revelaciones. El marxismo fue la traducción secular de esa promesa religiosa, promulgada por nuevos profetas: el propio Marx, Engels o Mao. Hacía falta una promesa laica, porque Dios había perecido a manos de la Ilustración europea. Pero esta no es la visión del islam. El emir Abu Bakr al Baghdadi, supuesto nuevo califa del islam, espera que se cumplan las promesas del profeta Mahoma que, como las de la cristiandad, son intemporales.
El Califato Islámico anunció su nacimiento en agosto de 2014 y se proclamó dispuesto a atacar a Occidente y en especial a Estados Unidos y a sus heréticos aliados árabes: el Estado de Irak, chií y sometido a la política estadounidense, y Arabia Saudí, que afirma su superioridad en virtud de su ideología propia, el wahabismo. En el seno del islam, el conflicto entre suníes y chiíes se enrarece y extiende, promovido por los Estados islámicos más grandes y poderosos, como los suníes Arabia Saudí y Catar o el chií Irán, entre otros. Todos ellos proveen energía a Occidente. En Oriente Próximo se están librando actualmente muchas guerras, pero todas se confinan casi exclusivamente a sociedades islámicas y su origen está principalmente en antiguas disputas religiosas en torno a la doctrina del Profeta, siendo secundarias las motivaciones políticas o geopolíticas. Es mejor dejarlo estar.
¿Por qué los políticos de la oposición en EE UU se empeñan en que Barack Obama saque músculo yendo de nuevo a la guerra? ¿Por qué el presidente se ha sometido a ese chantaje fronteras adentro? Tanto Irak y Siria (que libran guerras civiles) como Hezbolá (que lucha contra Israel, los rebeldes suníes y los mandatarios alauitas de Siria) han demostrado ya que saben enseñar los dientes a sus enemigos.
Los únicos en fracasar recientemente han sido los militares iraquíes, tras una década de entrenamiento militar estadounidense: sin duda, la causa está en la incapacidad del gobierno iraquí para sembrar lealtades y alimentar el nacionalismo que vincula un ejército al Estado y al pueblo que debe defender. Se trata, así pues, de un fracaso político, consecuencia de la miope demolición que el gobierno de George Bush hijo perpetró contra el Irak secular anterior a 2003.

Lo que quedó de las dos guerras
La crisis que actualmente atraviesan los países árabes se inició tras la Gran Guerra, cuando los vencedores, es decir, los principales poderes imperiales europeos de entonces, dispusieron como quisieron de los despojos del Imperio Otomano. Su nuevo instrumento legal, la Sociedad de Naciones, les permitía crear mandatos y supervisar las nuevas monarquías y demás autoridades territoriales reconocidas por los acuerdos firmados en la posguerra. No obstante, los pueblos del islam no cejaron en su empeño de reunirse: pese a sus diferencias teológicas, los unía el Corán y la lengua árabe, en la que está escrito ese libro sagrado y en la que se lee aún hoy. El sistema otomano que había reemplazado a los grandes califatos árabes fue destruido a finales del siglo XIX y principios del XX, primero debido a la resistencia ofrecida en los territorios eslavos del imperio y, a continuación, por la colisión contra la Europa moderna e industrializada, en la Primera Guerra mundial. El desafío intelectual y teológico que había planteado la Ilustración europea influyó inevitablemente a los pensadores islámicos y dieron curso a las corrientes reformistas del movimiento de los Jóvenes Turcos en el seno del Imperio Otomano.
Después de 1918, el intemporal Egipto (islámico pero no árabe) siguió siendo una monarquía, aunque bajo protectorado británico. Persia, otra antigua monarquía independiente ajena al mundo árabe, cayó también bajo la égida informal de Reino Unido, tras el descubrimiento en el siglo XIX de petróleo, necesario para el funcionamiento de la Royal Navy. Los tronos de Siria, Irak y Transjordania fueron ocupados por monarcas árabes hachemitas (en Irak reinó Faisal, quien encabezó la revolución árabe con T. E. Lawrence, alias Lawrence de Arabia, como consejero militar y fue en un principio coronado rey de Siria, hasta que las autoridades coloniales francesas lo apartaron del poder).
Ambos Estados eran mandatos de la Sociedad de Naciones, bajo control francés y británico respectivamente, al igual que Palestina que –como es bien sabido– se transformó asimismo en Mandato Británico, sin previsión de cumplir la promesa hecha durante la guerra de establecer en ella la “patria del pueblo judío”, a condición de que se reconociesen los derechos de las comunidades no judías de Palestina, como especificaba la Declaración Balfour.
Lo que en ese tiempo era la Arabia tribal estaba siendo tomada progresivamente por el purista movimiento wahabí, encabezado por Ibn Saud. Sus territorios conquistados fueron proclamados independientes por Arabia Saudí en 1926, mientras que el actual Yemen se mantuvo bajo poder tribal. Los gobiernos coloniales europeos estaban acostumbrados a gobernar a pueblos “menores” en ultramar, más allá de las fronteras continentales, creyendo siempre actuar en el interés propio y el de los pueblos gobernados. Lo hicieron bajo la autoridad incontestable de la “comunidad internacional” (como llamaríamos hoy a aquella Sociedad de Naciones), destruyendo todas las expectativas que los pueblos árabes tenían de una independencia unitaria y real.
Las nuevas monarquías de Irak y Siria cedieron a los movimientos militares nacionalistas de las décadas de los veinte y los treinta. El partido panárabe Baaz, de espíritu modernizador y laico, terminaría tomando el poder en ambos países, y se vería influido por los cristianos libaneses, que temían encontrarse aislados en el seno de un nuevo país panárabe musulmán. Quien más cerca estuvo del ideal panárabe (la fundación de una nación árabe única) fue el coronel egipcio Gamal Abdel Nasser, quien en 1953 aplicó una interpretación árabe del socialismo y consiguió unir efímeramente Egipto, Siria y Yemen (el antaño Reino de Saba). Los Hermanos Musulmanes (fraternidad fundada en Egipto en 1928, a la que Nasser se opuso) fueron y siguen siendo un movimiento panárabe, radical y sectario, con múltiples manifestaciones y, probablemente, mucho futuro por delante, pese a su derrota en Egipto.
Tres décadas después del armisticio de la Primera Guerra mundial, la entonces joven Organización de las Naciones Unidas, institución occidental dominada tanto entonces como ahora por EE UU, dividió el Mandato Británico de Palestina para crear la Patria Nacional Judía prometida por el gobierno británico a través de la Declaración Balfour, en noviembre de 1917. Nace así un conflicto permanente con los palestinos que poseían esos territorios. Desde entonces, no han dejado de luchar los sionistas respaldados por EE UU y los árabes que habitaban Palestina. Este conflicto ha obrado transformaciones políticas y psicológicas en la conciencia comunitaria árabe y ha desenterrado sensibilidades y el recuerdo de las Cruzadas, de los grandes califatos y del periodo otomano, cuando los árabes dominaron la Europa balcánica, desde Grecia hasta Viena. En ambos bandos, el conflicto palestino se ha convertido en una lucha “existencial”, tomando prestado el adjetivo utilizado por los políticos israelíes. Quien pierda, muere.
Los árabes emergieron de la Segunda Guerra mundial bajo el control de las mismas potencias coloniales y la influencia de la ONU, la nueva autoridad global patrocinada por los estadounidenses. Las iniciativas de independencia árabes de la posguerra buscaban unir a los árabes, pero fracasaron en su totalidad: la guerra contra la división de Palestina y la creación de Israel, el socialismo árabe del coronel Nasser, el partido laico Baaz en Siria e Irak, las iniciativas religiosas como los Hermanos Musulmanes. En su lugar, se dieron una serie de conflictos civiles e interestatales en los que EE UU terminaba por intervenir, inútilmente, tratando de imponer órdenes políticos prooccidentales en toda la región. Podría pensarse que las consecuencias de esos conflictos habrían enseñado a Occidente una dura lección, pero no ha sido así.
En este clima político de fracaso, marcado por el nacionalismo árabe y la aparente irresolubilidad del conflicto israelo-palestino, EE UU determinó que debía ser capaz de imponer un nuevo orden. Tal realidad era implícita a la política general estadounidense, tanto durante la guerra como en la posguerra. En Oriente Próximo debían cumplirse dos objetivos en el ámbito de la política exterior. El primero era garantizar el acceso de EE UU a la energía. Durante la guerra, dichas garantías quedaron consignadas en el acuerdo firmado entre Franklin Roosevelt y la Arabia de Ibn Saud, en virtud del cual los estadounidenses brindarían protección a Arabia Saudí a cambio de petróleo, directamente. El segundo objetivo era solucionar el problema israelo-árabe. Si Washington hubiese querido imponer una solución en la década de los cincuenta, a saber, la creación de dos Estados permanentes bajo los auspicios de EE UU, esa parte del mundo se habría ahorrado 60 años de guerra, tanto abierta como encubierta. Pero no fue así, e Israel vio refrendados sus ímpetus sionistas más esenciales, que planteaban tomar la totalidad de Tierra Santa sin importar el coste para los palestinos, a los que, en un primer momento, la propaganda israelí tildaba de “insignificante grupo de tribus nómadas”. La administración estadounidense se vio obligada, por las presiones internas, a defender invariablemente las consecuencias de aquella ficción.
En 1951 emergió otro obstáculo para el éxito de EE UU en Oriente Próximo: el primer ministro iraní, el populista Mohamed Mussadeq, nacionalizó las inversiones petroleras británicas contra la voluntad del sah. Este terminó exiliándose, pero en 1953 un golpe de Estado nacido de la agitación popular y espoleado por los servicios secretos británico y estadounidense le devolvió el trono. El gobierno de Richard Nixon lo ungiría más tarde como aliado de EE UU y guardián del orden en la región del Golfo. No obstante, en 1979, tras otro periodo de desórdenes internos, se vio obligado a huir debido a otra intentona golpista por parte de fundamentalistas chiíes. El secuestro de personal diplomático estadounidense supuso un varapalo para el gobierno de la superpotencia. Desde este acontecimiento, la política estadounidense está marcada por la enemistad hacia Irán.
La consecuencia más importante de aquellos hechos fue el ataque perpetrado por Irak contra Irán a raíz de conflictos territoriales, pero con el beneplácito implícito de EE UU. La guerra duró ocho años y fue una carnicería comparable a la de la Primera Guerra mundial. En 1990 Irak invadió Kuwait –territorio también reclamado– y una coalición liderada por los estadounidenses devolvió la libertad al pequeño país y su petróleo tras la entonces llamada guerra del Golfo. EE UU había resuelto mantener bases permanentes en Arabia Saudí, pese a la objeción árabe de levantar instalaciones militares junto a los lugares sagrados del islam. Tras los ataques del 11-S contra Nueva York y Washington, el movimiento Al Qaeda, integrado por saudíes, declaró explícitamente que mediante sus actos la ira de Alá castigaba las blasfemias de EE UU en Oriente Próximo. El presidente Bush contestó entonces que los yihadistas de Al Qaeda eran el “mal” personificado.
Las invasiones estadounidenses de Afganistán y el Irak árabe azuzaron el deseo de vengar los ataques del 11-S. Quedaron justificadas aquellas por una ficción, la supuesta existencia de armas de destrucción masiva de Irak, y por la interesada quimera estadounidense de “democratizar” esas dos sociedades y, en última instancia, el resto de Estados islámicos árabes y centro­asiáticos, potenciales nodos de un sistema liberal regional dominado por Washington.

EE UU: fracaso tras fracaso
El “nuevo Oriente Próximo” fundado por la OTAN a finales de 2003 ha fracasado flagrantemente, pero sigue siendo una aspiración del expansionismo visionario de algunos políticos estadounidenses neoconservadores (el último ejemplo de esta política ha sido el intento frustrado de atraer Ucrania al seno de la OTAN). La secretaria de Estado del gobierno de Bush hijo, Condoleeza Rice, escribió en Foreign Affairs (julio-agosto de 2008) las siguientes palabras: “La construcción de Estados democráticos es hoy un punto prioritario en nuestra agenda nacional y es reflejo de una actitud realista, inconfundiblemente estadounidense, que nos empuja a creer que el cometido de nuestro país es cambiar el mundo a su imagen y semejanza”. El 11 de septiembre de 2014, Vali R. Nasr, eminente director de la School of Advanced International Studies de la Universidad Johns Hopkins, opinaba así en The New York Times: “EE UU debe recabar en Oriente Próximo apoyos para la redistribución de poderes y la construcción nacional”. Ha transcurrido una década de fracasos pero ese gran designio no ha cambiado.
El presidente Obama ha declarado que el yihadismo del nuevo EI es en sí mismo una encarnación del mal que debe ser anulada y destruida. Los dos bandos enfrentados en esta reinterpretación de la “guerra contra el terror” lanzada por Bush –a saber, judíos y cristianos de Occidente de un lado y enemigos árabes de otro– se consideran “pueblos del Libro” y descendientes del profeta Abraham. En su fuero interno, no obstante, se han convertido en ejecutantes del apocalíptico destino descrito en el Libro del Génesis. Muchos evangélicos y protestantes estadounidenses se han convencido de que la política exterior estadounidense actual no puede entenderse sino en ese contexto.
El principal obstáculo para el éxito de esta nueva guerra de Washington en Oriente Próximo lo pone el hecho de que el modelo político estadounidense ni convence ni merece el respeto en los países de la región. Además, las políticas de EE UU no han tenido ningún éxito. Su actitud desde los ataques de radicales islámicos en 2001 contra Nueva York y el Pentágono ha socavado o subvertido deliberadamente instituciones encargadas de guardar el orden internacional, que en el pasado disfrutaban del apoyo incondicional de EE UU. Los códigos morales y de justicia internacionales, desarrollados por la comunidad occidental desde el siglo XVII, eran rechazados o ignorados cuando se creía conveniente, y EE UU exigía que se le eximiera de cumplir el Derecho Internacional, incluso de respetar normas relativas a los derechos humanos y la soberanía nacional, hasta hace poco aceptadas internacionalmente.
Así pues, la política exterior estadounidense se ha visto despojada de un elemento fundamental, un cimiento moral que originalmente se daba por supuesto. La asimilación de las modernas influencias, valores y prácticas de carácter totalitario, que caracterizan la política exterior de EE UU desde 2001, ha llevado a la justificación de asesinatos de Estado, matanzas selectivas a cargo de drones, incumplimiento de los procedimientos legales o tortura y reclusión incondicional sin juicio. Los mandatarios estadounidenses justificaban todo ello en el ámbito de un conflicto que no era guerra de religiones como tal, sino de absolutismos: uno, religioso; el otro, el nuestro, una cultura política de ensimismados y radicales nacionalismos milenaristas.

Forzar el choque de civilizaciones
Recuerdo la hipótesis que Samuel Huntington presentó al final de su carrera intelectual, según la cual la próxima guerra mundial será una guerra de religiones más que de Estados. Quien escribe desestimó en su día tal especulación, tildándola de proyección simplista de lo vivido en el siglo XX y de las típicas ideas estadounidenses sobre política exterior durante la década de los noventa, fundamentalmente promovidas por los agresivos neoconservadores islamófobos de Washington.
La implausibilidad de esa teoría es puesta de relieve por el argumento de que China (al parecer considerada ya por Washington el enemigo del futuro) formaría parte de una “conexión militar confuciano-islámica […] que contrarrestaría el poder militar occidental”. Una alianza que, de existir, no sería de mucha utilidad para China, nación con una minoría musulmana exigua y dispersa que no suma más del tres por cien de su población. El gigante asiático apenas sacaría provecho involucrándose en los conflictos entre Washington y el mundo musulmán.
El principal efecto de la hipótesis de Huntington cuando esta saltó a la palestra fue el incremento de los prejuicios antiárabes en EE UU, especialmente entre los amigos de Israel. Ello contribuyó a un ambiente político que hacía parecer inevitable la venganza pergeñada por la administración Bush tras los atentados del 11-S. Las teorías de Huntington tuvieron una influencia incluso mayor en los círculos intelectuales islámicos y entre los gobiernos árabes, debido a que era profesor de la Universidad de Harvard. El prestigio de Huntington, considerado el decano de los expertos estadounidenses en ciencia política (especialidad que en ese país alcanzó su madurez en la década de los treinta con el movimiento conductista), le ha convertido en una de las principales influencias académicas en Washington. ¿Proponía Huntington un ataque occidental contra el mundo musulmán? No: el artículo apareció en 1993, dos años después del ataque conjunto contra Irak debido a la ocupación de Kuwait; 10 años después se lanzarían la invasión de Irak británico-estadounidense y la guerra global contra el terror.
Si bien la alianza militar chino-árabe a duras penas tiene visos de realidad hoy, las hipótesis de Huntington sobre una nueva guerra religiosa han sido tomadas en serio en algunos círculos desde los atentados del 11-S, debido al auge de los partidos islamistas y la nueva yihad. Este año, a los pocos días de su proclamación como califato, desde el Congreso de Washington y los think tanks se comenzó a exigir obcecadamente el ataque contra el EI (al que también se le conoce por el acrónimo árabe Daesh). No se hicieron esperar tampoco las críticas a Obama por su renuencia inicial a actuar.
¿Cuál es la razón? Las intervenciones anteriores en Oriente Próximo se habían probado fútiles y perjudiciales para ambos bandos. En efecto, EE UU ha intentado erigirse en oligarca del moderno mundo árabe islámico, librando guerras y ordenando invasiones cuyo efecto real ha sido el enrarecimiento político de una grandísima parte de los árabes de Oriente Próximo y la justificación de una venganza que tanto el pueblo como sus líderes desean ver culminada. Obama se presentó a la presidencia con la promesa de poner fin a dos guerras, un trabajo que aún no ha rematado. Ahora, no obstante, trata de responder a las mofas y crímenes mediante los cuales el EI desea arrastrar a EE UU a una venganza aún más mortífera, lo cual justificaría, a su vez, las propias acciones y ambiciones del grupo terrorista.

Una guerra en la civilización islámica
Esta es una guerra que fundamentalmente se desarrolla en el seno de la civilización islámica, por causas religiosas, ideológicas y políticas que tienen su raíz en esa misma sociedad. Se suman a dichas causas provocaciones externas que perduran en el tiempo. Solo podrá ponerse fin a esta guerra desde dentro de esa civilización.
Lo que menos hace falta es otra intervención militar extranjera. La primera de las intervenciones imperialistas posteriores a 1918, encabezada por Reino Unido y Francia, hizo añicos la unidad árabe islámica que había existido en el último periodo otomano, cuando la Sublime Puerta era una superpotencia tanto europea como mediterránea. Las potencias europeas parcelaron la región durante el periodo de entreguerras y las intentonas posteriores a la Segunda Guerra mundial de recrear el ideal visionario de la nación árabe única se vieron definitivamente frustradas.
Los intentos estadounidenses de hacer del sah su ministro plenipotenciario y de Persia su principal agente en Oriente Próximo terminaron por crear un Irán fundamentalista, el principal enemigo de EE UU en la región. Las invasiones estadounidenses contra el régimen talibán en Afganistán y el Irak suní convirtió ambos países en regímenes títeres, arruinados y corruptos. Más tarde ocurriría lo mismo en Yemen y Libia. Podría pensarse que cualquier nueva estrategia estadounidense en Oriente Próximo será universalmente tachada de locura, incluso en Washington. Todas las anteriores no han traído sino destrucción y un fervoroso odio contra EE UU en gran parte –quizá la mayor parte– del mundo islámico. Tal vez sea responsable del “nuevo califato”. Washington se ha autoproclamado otra vez líder de una nueva intervención militar, un predecible fracaso en el que decenas o cientos de miles de personas, quizá millones, podrían encontrar la muerte de prolongarse indefinidamente en el tiempo.
La monarquía saudí y EE UU, en su calidad de patrocinadores de lo que queda del Estado iraquí, se presentan como defensores del potencial sucesor de los grandes poderes suníes, a saber, el EI, proclamado nuevo Califato Islámico que exige implícitamente el derecho a poseer los santos lugares del islam.
Coaligándose con EE UU para luchar contra el recién aparecido califato, Arabia Saudí y el resto de sus socios árabes reconocen de nuevo su dependencia de un poder forastero intervencionista a la hora de defender su propia integridad. El reino saudí admite, así pues, que no tiene la capacidad de devolver al mundo árabe la unidad e integridad que poseía durante el periodo otomano, evocando a su vez la capitulación en el siglo XX ante el imperialismo y la división impuesta por las potencias europeas. Arabia Saudí no quiere ni puede restablecer la unidad del pasado, cometido al que se ha entregado en cuerpo y alma el bárbaro movimiento suní, sea cual sea el peaje a pagar por el islam como civilización.
Rara vez se leen comentarios sobre hasta qué punto las ideologías políticas laicas posteriores a la Ilustración resultaban intrínsecamente inverosímiles, incluso absurdas y contrarias al sentido común, cuando no totalmente inalcanzables o siniestras: ideas que iban desde el utópico paraíso obrero o la “revolución perpetua”, al dominio nazi del mundo y el exterminio de los racialmente distintos, pasando por el armonioso reino económico en el que el mercado se autocorrige y crece ad infinítum, la reordenación de la civilización islámica o el dominio global de los más poderosos y la opresión del resto, lo que empujaría al hombre al cultivo de sus instintos más atrasados y crueles.
Marx dijo que la historia no planteaba problemas que no fuese capaz de resolver ella misma. Supongo que llevaba razón en el sentido de que todos los problemas de la historia en última instancia se resuelven de un modo u otro. Esto, no obstante, no es excusa para la locura ni consuelo para quienes sufren sus consecuencias.

Referencia:
Política exterior: 

"Las flores y las velas están aquí para protegernos"

Una conmovedora conversación entre padre e hijo fue grabada durante una entrevista del medio francés Le Petit Journal tras los atentados de París.
Padre e hijo fueron entrevistados el sábado frente la sala de espectáculos  Bataclan, donde fueron asesinadas 89 personas, cuando iban a dejar flores en recuerdo a las víctimas
El periodista le pregunta al niño si entiende por qué los terroristas cometieron los asesinatos a lo que el niño responde: "Sí, porque son muy, muy malos", y prosigue, "los chicos malos no son agradables".
"Ahora tenemos que tener mucho cuidado porque tenemos que cambiarnos de casa", declara el niño a lo que el padre responde: "No te preocupes, no tenemos que mudarnos. Francia es nuestra casa".

En todas partes

El niño contempla a su padre e inocentemente le recuerda: "Pero hay hombres malos papá" y el padre no duda en afirmar que "hay hombres malos en todos los sitios". "Pero ellos tienen pistolas y nos pueden disparar porque son realmente malos papá", vuelve a decir el niño. "Vale ellos tienen pistolas pero nosotros tenemos flores", le responde el padre.
El niño duda: "Pero las flores no hacen nada, son para...", a lo que el padre responde: "Claro que hacen, mira todo el mundo está dejando flores, para luchar contra las pistolas". El niño contempla el altar de flores dejado en el lugar del atentado y vuelve a preguntar: "¿Son para protegernos?" ante la respuesta afirmativa del padre pregunta de nuevo: "¿Y las velas también nos protegen?"
"Las velas son para recordar a los que se fueron ayer", le contesta el padre. Visiblemente aliviado y sonriendo el niño le dice al periodista: "Las flores y las velas están aquí para protegernos" y el periodista le pregunta: "¿Te sientes mejor ahora?", "sí, me siento mejor", contesta el niño.

Referencias: 

domingo, 4 de octubre de 2015

La limpieza como un valor cultural en Japón : “Dejar todo más limpio de cuando llegamos” 「来たときよりも美しく」

Una de las cosas que mas sorprenden cuando se viaja a Japón es la extraordinaria limpieza que hay en todas partes. Resulta asombroso comprobar que en ciudades como en Tokio, una metrópolis de mas de 30 millones de personas, las estaciones de metro, o las calles, donde cada día transitan miles de personas, existe una limpieza casi inmaculada.
Después de comprobar asombrado esto, me pregunté cómo es posible lograr estos altos niveles de limpieza. La respuesta tenia que venir de que la limpieza tenia que formar parte de uno de los valores culturales de los habitantes de Japón y que, por tanto, estaba incorporado en la educación del pueblo japonés.  

Estas son las claves:

1. El concepto de limpieza es diferente


En nuestra cultura,  la limpieza se considera como una tarea que nadie la quiere hacer, un castigo, e incluso un trabajo remunerado propio de las clases sociales más bajas.
“¿Limpiar? No, eso es trabajo del que hace el aseo”,
“¿Por qué tengo que limpiar yo? ¡No es mi culpa que esté sucio!”
“No recojas eso, le estás quitando el trabajo al que limpia”
....son solo algunas frases que he escuchado varias veces.
La cultura japonesa –que suele poner mucho énfasis en la responsabilidad individual– aborda el asunto del aseo dándole más peso al hecho de limpiar un lugar que al de buscar al responsable de la suciedad.
Una consecuencia de esta cultura de limpieza que exhiben los japoneses, es la aplicación del modelo de 5S de limpieza que plantea la empresa Toyota con el fin mantener sus oficinas y los alrededores limpios. Este modelo se basa en los siguientes principios: 
整理 Seiri : Clasificación. Separar lo innecesario
整頓 Seiton: Orden. Situar lo Necesario: 
掃除 Souji: Limpieza. Suprimir la suciedad
清潔 Seiketsu: Encontrar suciedad. Prevenir el desorden´
躾 Shitsuke: Disciplina:Fomentar los esfuerzos y la acción diaria de la limpieza. 
En resumen, la cultura de la limpieza se basa en el día a día, y la forma en que se piensa sobre ella.

2. La cultura de limpieza se inculca en la vida familiar.

A diferencia a muchos países, en Japón no se contrata servicio doméstico para la limpieza (únicamente las personas millonarias pueden permitírselo). Esto se debe a que el servicio es muy caro  y también porque los espacios son muy pequeños  para mantener a una persona viviendo en la misma casa. Por ende, las familias son las que asumen la limpieza de sus casas. El ama de casa es quien más cuida y se ocupa de esta labor, pero la familia entera participa en la actividad. Lo que es interesante es que hay limpiezas diarias, pero también una limpieza al término de algún acontecimiento como una reunión familiar o una fiesta. 
osojiDurante los días previos al fin de año, los japoneses dedican buenos esfuerzos a hacer una limpieza exhaustiva de sus casas; es lo que se conoce como osoji (大掃除) o ‘gran limpieza’. La razón detrás de esta gran limpieza no es simplemente la de limpiar la casa para comenzar el año en una casa limpia y ordenada, sino que evidentemente tiene un componente espiritual y metafórico: al limpiar la casa físicamente es como si se limpiase también el alma y la vida de sus habitantes y se puede comenzar así el año nuevo desde cero, purificados, limpios física y espiritualmente. 

3. La limpieza forma parte de la educación en las escuelas.

Desde primero básico hasta segundo medio (en incluso en algunas universidades), es decir, desde los 8 años de edad hasta los 16, los niños japoneses se encargan de mantener limpia su escuela. Esto incluye los baños, el patio y sus alrededores. Los estudiantes son responsables al cien por cien de qué tan limpio esté su colegio. Son los niños quienes establecen el orden en que se limpia ( podéis ver en la fotografía adjunta un plan de la limpieza en un colegio ) , así como el grado de limpieza. Es una parte importante de la enseñanza de la escuela. Puede sonar casi imposible hacerlo con los niños de hoy, pero si se comienza en el primero de básico como algo que se debe hacer, los niños entenderán y se convertirá en una rutina. 
Aqui un grafico rotativo que se usa para separar a los estudiantes en la sala para turnarse diariamente en la limpieza diaria. Lo que más se les enseña al hacer la limpieza son estos tres puntos:
  • La limpieza de tus alrededores es responsabilidad de uno mismo.

  • La limpieza de tus alrededores representa tu alma.

  • La limpieza NO es un castigo, es un deber de todos.


En definitiva, en la cultura Japonesa existe un principio básico “Dejar todo más limpio de cuando llegamos” 「来たときよりも美しく」





Referencias: 

domingo, 17 de mayo de 2015

Carta a Iñaki Rekarte

Por su tremenda carga emocional, reproduzco la carta que Silvia, la hija de Eutimio y Julia dirige abiertamente a Rekarte, el etarra asesino de sus padres, con motivo de la entrevista que el programa Salvados le hizo recientemente.Mi corazón está contigo, Silvia, y con toda tu familia. 


A un sabiendo el dolor que ello me iba a suponer, no pude evitar el pasado domingo ver la entrevista que se le hizo al asesino de mis padres. Jamás me hubiera imaginado que un medio de comunicación aupara así a alguien que ha destrozado a tantas familias por el mero hecho de decir que se arrepiente... ¿Qué país, salvo el nuestro, haría semejante barbaridad? Y todo sin avisarnos a los familiares de sus víctimas de que esto iba a ocurrir. Así, sin más, nos le hemos tenido que encontrar en la TV contando sus "hazañas" que parece ser que son dignas hasta de escribir un libro...
Eutimio y Julia junto a sus hijos: Silvia y JesúsSe atreve a decir que se arrepiente, que nos pide perdón. ¿A quién? ¿Cómo? ¿Así, por televisión? No, perdonen, pero no... A mí, este tipo nunca jamás ha intentado pedirme perdón. Y yo me pregunto: si algún día lo intentara, ¿cómo sería? "Hola, Silvia. Mira, quería pedirte perdón por haber matado a tus padres en lo mejor de sus vidas y por haberos dejado a tu hermano y a ti indefensos ante la vida. Y no sólo durante los 20 años que yo pasé en la cárcel, no, sino para toda vuestra existencia". Claro, visto así, la verdad que es un poco complicado lo de pedir perdón. Es más fácil escribir un libro y que te lleven por las televisiones como si de un héroe se tratara porque, claro, con 19 años eras tan joven que no sabías lo que hacías.
Pues mira, te voy a contar una cosa. Al poco de que mataras a mis padres, un periodista me preguntó si me gustaría la pena de muerte para vosotros. Supongo que, siendo casi una niña y con el sufrimiento tan insoportable que estábamos padeciendo, esperaba que le contestara que sí. Y no fue así. Le dije que sólo deseaba que te pudrieras en la cárcel acordándote de mis padres durante cada uno de los días que vivieras...


...Pero cuál es mi sorpresa, 23 años después, cuando escucho que te preguntan por sus nombres ¡y ni los sabes! Yo tengo el tuyo grabado a fuego desde el 19 de febrero d e 1992...

...Por un momento trato de ponerme en tu lugar y, si yo hubiera matado a tus hijos y verdaderamente estuviera arrepentida, no sólo sabría sus nombres, me habría interesado por saber qué fue de vuestras vidas y en qué podría ayudar. Pero claro, tú y yo no tenemos nada que ver. Yo jamás habría podido arrebatarte lo que más quieres en tu vida. Ni a ti, ni a nadie...


...Pues bien. Visto que en 23 años no te has molestado en saber sus nombres,te los voy a decir yo: Eutimio y Julia. En nuestra casa, Papá y Mamá...

...Aquel miércoles a las 20 horas, mientras tú decidías si sacar el mando o no, ellos tenían 42 y 43 años. Los mismos que tú ahora, ¿verdad? Mi padre había ido a recoger a mi madre a su trabajo y regresaban a casa para reunirse con sus hijos: con mi hermano Jesús, que dos días antes había cumplido 16 años, y conmigo, Silvia, un poco mayor que él. Éramos demasiado jóvenes para quedarnos solos. Aunque, la verdad, no creo que exista una edad apropiada para ello... Yo llegué a mi casa y me extrañó no ver luz en la cocina. A los cinco minutos sonó el timbre. Era una vecina que, con los ojos llorosos, me pidió que fuera a su casa. Allí estaba mi hermano que, desconcertado por el revuelo y la presencia de la policía, me preguntaba a mí qué era lo que estaba pasando. Pero yo estaba igual de perdida que él. Nos llevaron al hospital donde, finalmente, nos dieron la terrible noticia. El mundo se abrió bajo nuestros pies. ¿Cómo podía ser cierto aquello? Jamás volveríamos a verles, a sentir sus abrazos ni a reír juntos... "¿Quién cuidará de nosotros?", me preguntaba mi hermano sintiéndose más niño que nunca. Recuerdo intentar tranquilizarle diciéndole que no se preocupara, que yo cuidaría de él. "El lunes volveremos a casa y verás como yo puedo hacerlo", le dije... ¡¡¡Pero si aún era una niña yo también!!! Recuerdo el silencio tan horroroso que se sentía en casa sin ellos, y el impacto que me causó ver la cena que mi madre había dejado preparada el día en que tú, Iñaki Rekarte, decidiste apretar el botón. Dolor, todo era dolor... y, 23 años después, sigue siendo dolor.
También recuerdo tu detención, estabas acogido en casa de un sacerdote, tremendo sinvergüenza...


...Quise ir al juicio para poner cara a los asesinos de mis padres. tú saliste con el pañuelo de los sanfermines, me miraste, levantaste la mano y gritaste "¡Gora eta!"...

...Y así de vuelta a casa. No le contaba nada de esto a mi hermano, tratando así de evitarle más sufrimiento... Es así como comenzó nuestra nueva vida, una cuesta arriba demasiado dura como para tonterías. Nos has privado de muchos besos, abrazos, Navidades y cumpleaños... Nos has privado de muchas alegrías y también de muchos momentos de pena que sólo pueden ser aliviados por el abrazo cálido y reconfortante de unos padres. Nos has privado de mucha vida... Y no sólo a nosotros. También a sus propios padres, hermanos y ahora nietos. Sí, porque yo, al igual que tú, tengo hijos y también tengo que explicarles las cosas. Y créeme que, si a los mayores nos cuesta, es difícil que unos niños entiendan que el malo no está en la cárcel, sino en un plató de televisión... ¡Qué país éste el nuestro..!


... ¿Y dices que has cumplido tu condena? sí, claro. da gracias a que vives en el paísque vives. Léete la sentencia. Yo lo he hecho varias veces. Espero que la hayas adjuntado en tu libro...

...Ni con tres vidas que vivieras, cumplirías tu condena.
¿Y qué hay de las indemnizaciones que el Estado pagó por ti..?


...Me gustaría pensar que el dinero que recaudes gracias al relato del asesinato de mis padres y del resto de tus víctimas vaya íntegro a las arcas del estado...

...Eso sí podría interpretarlo como un gesto cercano al arrepentimiento.
Tienes una vida completa: has tenido hijos, supongo que habrás plantado un árbol, ahora has escrito un libro y, además, has matado a cuatro personas y herido a muchas más, destrozando así la vida de demasiadas familias...
Serás un ex etarra, pero siempre serás un asesino.
Y aun así, yo no te deseo ningún mal. Espero que vivas todo lo que puedas en compañía de tus seres queridos. Tú, Iñaki, que puedes disfrutar de esta segunda oportunidad que, como bien dices, te ha dado la vida. Pero, por favor, sólo te pido que nos evites el tener que verte y oírte más... pues duele demasiado.
Si a mí me condenaste a hacerlo en el silencio de mi casa, hazlo tú en el silencio de la tuya.



domingo, 10 de mayo de 2015

Lo dejó todo para estudiar medicina y tratar a su hija Mara

La primera palabra que Miguel Ángel Orquín escuchó pronunciar a su hija Mara fue a los seis años. No dijo mamá ni papá. El primer sonido nítido que salió de su boca fue algo que ella deseaba en ese momento: una galleta. Pronunció aquella palabra despacio, saboreando cada sílaba, con la misma fuerza con la que Miguel Ángel nos lo cuenta desayunando en la cafetería del Hospital General Universitario de Valencia, donde está haciendo prácticas en traumatología

Pero esta anécdota es sólo un capítulo más de la asombrosa historia de este operario textil que acaba de terminar a los 42 años la carrera de Medicina, que empezó a estudiar para poder investigar la enfermedad rara de su hija Mara de 12 años. Una niña que no habla, tiene constantes ataques de epilepsia, autismo y un trastorno obsesivo e intelectual grave.
Quien piense que esta es una historia triste se equivoca. Aquí no caben la compasión ni los prejuicios. Sólo la interminable lucha de un padre coraje a la conquista de la felicidad. Paso a paso sin desmayo ni flaquezas. Aunque su hija Mara tardó nueve meses en esbozar su primera sonrisa, él lo hace todos los días. Y esta semana con más razón que nunca. El miércoles recibió su título de licenciado en Medicina. El Palau de la Música de Valencia se llenó de más de 200 estudiantes para la ceremonia de graduación. Y allí estaba el padre de Mara, recibiendo de manos de la vicerectora de la Universidad la banda de médico y el documento con su juramento hipocrático. A su lado, su mujer Natalia y su hijo Joan, de ocho años. Mara no pudo asistir. "No puede estar más de media hora en un sitio cerrado lleno de gente. Se agobia y se pone a gritar". Por eso, al acabar el acto, sus compañeros se fueron de fiesta y él a su casa. Sólo quería una cosa: abrazar a Mara.

Ese todo por mi hija de Miguel Ángel ha durado seis largos años. Muchas horas encerrado en una habitación al calor del flexo con sus libros de medicina. Seis años intentando comprender lo que le sucedía a su hija, mientras su mujer, Natalia, tenía que aguantar los empujones, pellizcos y ataques epilépticos de Mara, que tiene una enfermedad rara llamada Idic15. Seis años de investigación que fueron reconocidos con la mejor nota cuando Miguel Ángel presentó ante un tribunal médico su trabajo de fin de carrera sobre el caso clínico de su hija. "Se quedaron impactados y emocionados. Al acabar los médicos y profesores no me preguntaron nada, sólo me dieron las gracias por haberles enseñado la historia de una enfermedad desconocida para ellos". Palabra de padre. Y médico.
Unos días antes de su graduación, Crónica había encontrado a Miguel Ángel paseando por los pasillos del Hospital Universitario de Valencia. Cualquier persona que viera a este hombre corpulento moverse con esa soltura y seguridad pensaría que es un doctor con muchos años de experiencia y no un estudiante de 6º de Medicina. "Tenía 36 años cuando empecé la carrera y estaba rodeado de críos de 18 años. Es otra generación, me encontraba al principio desplazado, pero he ido sacando curso por año y he hecho buenos amigos", dice. 

Estamos a pocos días de su licenciatura. Y no para. Tras terminar la jornada de prácticas, es hora de volver su casa de Ontinyent, un municipio de 37.000 habitantes a 83 kilómetros de Valencia. Nos recoge en el viejo Citroën que compró con su primer sueldo cuando trabajaba como mozo de almacén en una fábrica textil. Se ajusta las gafas, mete la primera marcha y empieza un viaje de una hora de vuelta a casa.

Referencias:

Diario El Mundo

domingo, 3 de mayo de 2015

Discurso de Juan Goytisolo , Premio Cervantes 2014

En apenas 10 minutos, Juan Goytisolo, 84 años, pronunció este bello discurso en la Universidad de Alcalá con motivo de la entrega del Premio Cervantes . Un alegato a la autenticidad de pensamiento, la justicia social y la cara menos conocida, pero mas profunda, de la obra de Miguel de Cervantes.

A la llana y sin rodeos


En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor. 

A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, “ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. 

La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. 

Quienes adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras ni épocas. “Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor. 

Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración. Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición! 

Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias. 

En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad? 




Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo. 

Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre. 

Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad. Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla. 

El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito. 

Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia. 

Referencias: