domingo, 17 de mayo de 2015

Carta a Iñaki Rekarte

Por su tremenda carga emocional, reproduzco la carta que Silvia, la hija de Eutimio y Julia dirige abiertamente a Rekarte, el etarra asesino de sus padres, con motivo de la entrevista que el programa Salvados le hizo recientemente.Mi corazón está contigo, Silvia, y con toda tu familia. 


A un sabiendo el dolor que ello me iba a suponer, no pude evitar el pasado domingo ver la entrevista que se le hizo al asesino de mis padres. Jamás me hubiera imaginado que un medio de comunicación aupara así a alguien que ha destrozado a tantas familias por el mero hecho de decir que se arrepiente... ¿Qué país, salvo el nuestro, haría semejante barbaridad? Y todo sin avisarnos a los familiares de sus víctimas de que esto iba a ocurrir. Así, sin más, nos le hemos tenido que encontrar en la TV contando sus "hazañas" que parece ser que son dignas hasta de escribir un libro...
Eutimio y Julia junto a sus hijos: Silvia y JesúsSe atreve a decir que se arrepiente, que nos pide perdón. ¿A quién? ¿Cómo? ¿Así, por televisión? No, perdonen, pero no... A mí, este tipo nunca jamás ha intentado pedirme perdón. Y yo me pregunto: si algún día lo intentara, ¿cómo sería? "Hola, Silvia. Mira, quería pedirte perdón por haber matado a tus padres en lo mejor de sus vidas y por haberos dejado a tu hermano y a ti indefensos ante la vida. Y no sólo durante los 20 años que yo pasé en la cárcel, no, sino para toda vuestra existencia". Claro, visto así, la verdad que es un poco complicado lo de pedir perdón. Es más fácil escribir un libro y que te lleven por las televisiones como si de un héroe se tratara porque, claro, con 19 años eras tan joven que no sabías lo que hacías.
Pues mira, te voy a contar una cosa. Al poco de que mataras a mis padres, un periodista me preguntó si me gustaría la pena de muerte para vosotros. Supongo que, siendo casi una niña y con el sufrimiento tan insoportable que estábamos padeciendo, esperaba que le contestara que sí. Y no fue así. Le dije que sólo deseaba que te pudrieras en la cárcel acordándote de mis padres durante cada uno de los días que vivieras...


...Pero cuál es mi sorpresa, 23 años después, cuando escucho que te preguntan por sus nombres ¡y ni los sabes! Yo tengo el tuyo grabado a fuego desde el 19 de febrero d e 1992...

...Por un momento trato de ponerme en tu lugar y, si yo hubiera matado a tus hijos y verdaderamente estuviera arrepentida, no sólo sabría sus nombres, me habría interesado por saber qué fue de vuestras vidas y en qué podría ayudar. Pero claro, tú y yo no tenemos nada que ver. Yo jamás habría podido arrebatarte lo que más quieres en tu vida. Ni a ti, ni a nadie...


...Pues bien. Visto que en 23 años no te has molestado en saber sus nombres,te los voy a decir yo: Eutimio y Julia. En nuestra casa, Papá y Mamá...

...Aquel miércoles a las 20 horas, mientras tú decidías si sacar el mando o no, ellos tenían 42 y 43 años. Los mismos que tú ahora, ¿verdad? Mi padre había ido a recoger a mi madre a su trabajo y regresaban a casa para reunirse con sus hijos: con mi hermano Jesús, que dos días antes había cumplido 16 años, y conmigo, Silvia, un poco mayor que él. Éramos demasiado jóvenes para quedarnos solos. Aunque, la verdad, no creo que exista una edad apropiada para ello... Yo llegué a mi casa y me extrañó no ver luz en la cocina. A los cinco minutos sonó el timbre. Era una vecina que, con los ojos llorosos, me pidió que fuera a su casa. Allí estaba mi hermano que, desconcertado por el revuelo y la presencia de la policía, me preguntaba a mí qué era lo que estaba pasando. Pero yo estaba igual de perdida que él. Nos llevaron al hospital donde, finalmente, nos dieron la terrible noticia. El mundo se abrió bajo nuestros pies. ¿Cómo podía ser cierto aquello? Jamás volveríamos a verles, a sentir sus abrazos ni a reír juntos... "¿Quién cuidará de nosotros?", me preguntaba mi hermano sintiéndose más niño que nunca. Recuerdo intentar tranquilizarle diciéndole que no se preocupara, que yo cuidaría de él. "El lunes volveremos a casa y verás como yo puedo hacerlo", le dije... ¡¡¡Pero si aún era una niña yo también!!! Recuerdo el silencio tan horroroso que se sentía en casa sin ellos, y el impacto que me causó ver la cena que mi madre había dejado preparada el día en que tú, Iñaki Rekarte, decidiste apretar el botón. Dolor, todo era dolor... y, 23 años después, sigue siendo dolor.
También recuerdo tu detención, estabas acogido en casa de un sacerdote, tremendo sinvergüenza...


...Quise ir al juicio para poner cara a los asesinos de mis padres. tú saliste con el pañuelo de los sanfermines, me miraste, levantaste la mano y gritaste "¡Gora eta!"...

...Y así de vuelta a casa. No le contaba nada de esto a mi hermano, tratando así de evitarle más sufrimiento... Es así como comenzó nuestra nueva vida, una cuesta arriba demasiado dura como para tonterías. Nos has privado de muchos besos, abrazos, Navidades y cumpleaños... Nos has privado de muchas alegrías y también de muchos momentos de pena que sólo pueden ser aliviados por el abrazo cálido y reconfortante de unos padres. Nos has privado de mucha vida... Y no sólo a nosotros. También a sus propios padres, hermanos y ahora nietos. Sí, porque yo, al igual que tú, tengo hijos y también tengo que explicarles las cosas. Y créeme que, si a los mayores nos cuesta, es difícil que unos niños entiendan que el malo no está en la cárcel, sino en un plató de televisión... ¡Qué país éste el nuestro..!


... ¿Y dices que has cumplido tu condena? sí, claro. da gracias a que vives en el paísque vives. Léete la sentencia. Yo lo he hecho varias veces. Espero que la hayas adjuntado en tu libro...

...Ni con tres vidas que vivieras, cumplirías tu condena.
¿Y qué hay de las indemnizaciones que el Estado pagó por ti..?


...Me gustaría pensar que el dinero que recaudes gracias al relato del asesinato de mis padres y del resto de tus víctimas vaya íntegro a las arcas del estado...

...Eso sí podría interpretarlo como un gesto cercano al arrepentimiento.
Tienes una vida completa: has tenido hijos, supongo que habrás plantado un árbol, ahora has escrito un libro y, además, has matado a cuatro personas y herido a muchas más, destrozando así la vida de demasiadas familias...
Serás un ex etarra, pero siempre serás un asesino.
Y aun así, yo no te deseo ningún mal. Espero que vivas todo lo que puedas en compañía de tus seres queridos. Tú, Iñaki, que puedes disfrutar de esta segunda oportunidad que, como bien dices, te ha dado la vida. Pero, por favor, sólo te pido que nos evites el tener que verte y oírte más... pues duele demasiado.
Si a mí me condenaste a hacerlo en el silencio de mi casa, hazlo tú en el silencio de la tuya.



domingo, 10 de mayo de 2015

Lo dejó todo para estudiar medicina y tratar a su hija Mara

La primera palabra que Miguel Ángel Orquín escuchó pronunciar a su hija Mara fue a los seis años. No dijo mamá ni papá. El primer sonido nítido que salió de su boca fue algo que ella deseaba en ese momento: una galleta. Pronunció aquella palabra despacio, saboreando cada sílaba, con la misma fuerza con la que Miguel Ángel nos lo cuenta desayunando en la cafetería del Hospital General Universitario de Valencia, donde está haciendo prácticas en traumatología

Pero esta anécdota es sólo un capítulo más de la asombrosa historia de este operario textil que acaba de terminar a los 42 años la carrera de Medicina, que empezó a estudiar para poder investigar la enfermedad rara de su hija Mara de 12 años. Una niña que no habla, tiene constantes ataques de epilepsia, autismo y un trastorno obsesivo e intelectual grave.
Quien piense que esta es una historia triste se equivoca. Aquí no caben la compasión ni los prejuicios. Sólo la interminable lucha de un padre coraje a la conquista de la felicidad. Paso a paso sin desmayo ni flaquezas. Aunque su hija Mara tardó nueve meses en esbozar su primera sonrisa, él lo hace todos los días. Y esta semana con más razón que nunca. El miércoles recibió su título de licenciado en Medicina. El Palau de la Música de Valencia se llenó de más de 200 estudiantes para la ceremonia de graduación. Y allí estaba el padre de Mara, recibiendo de manos de la vicerectora de la Universidad la banda de médico y el documento con su juramento hipocrático. A su lado, su mujer Natalia y su hijo Joan, de ocho años. Mara no pudo asistir. "No puede estar más de media hora en un sitio cerrado lleno de gente. Se agobia y se pone a gritar". Por eso, al acabar el acto, sus compañeros se fueron de fiesta y él a su casa. Sólo quería una cosa: abrazar a Mara.

Ese todo por mi hija de Miguel Ángel ha durado seis largos años. Muchas horas encerrado en una habitación al calor del flexo con sus libros de medicina. Seis años intentando comprender lo que le sucedía a su hija, mientras su mujer, Natalia, tenía que aguantar los empujones, pellizcos y ataques epilépticos de Mara, que tiene una enfermedad rara llamada Idic15. Seis años de investigación que fueron reconocidos con la mejor nota cuando Miguel Ángel presentó ante un tribunal médico su trabajo de fin de carrera sobre el caso clínico de su hija. "Se quedaron impactados y emocionados. Al acabar los médicos y profesores no me preguntaron nada, sólo me dieron las gracias por haberles enseñado la historia de una enfermedad desconocida para ellos". Palabra de padre. Y médico.
Unos días antes de su graduación, Crónica había encontrado a Miguel Ángel paseando por los pasillos del Hospital Universitario de Valencia. Cualquier persona que viera a este hombre corpulento moverse con esa soltura y seguridad pensaría que es un doctor con muchos años de experiencia y no un estudiante de 6º de Medicina. "Tenía 36 años cuando empecé la carrera y estaba rodeado de críos de 18 años. Es otra generación, me encontraba al principio desplazado, pero he ido sacando curso por año y he hecho buenos amigos", dice. 

Estamos a pocos días de su licenciatura. Y no para. Tras terminar la jornada de prácticas, es hora de volver su casa de Ontinyent, un municipio de 37.000 habitantes a 83 kilómetros de Valencia. Nos recoge en el viejo Citroën que compró con su primer sueldo cuando trabajaba como mozo de almacén en una fábrica textil. Se ajusta las gafas, mete la primera marcha y empieza un viaje de una hora de vuelta a casa.

Referencias:

Diario El Mundo

domingo, 3 de mayo de 2015

Discurso de Juan Goytisolo , Premio Cervantes 2014

En apenas 10 minutos, Juan Goytisolo, 84 años, pronunció este bello discurso en la Universidad de Alcalá con motivo de la entrega del Premio Cervantes . Un alegato a la autenticidad de pensamiento, la justicia social y la cara menos conocida, pero mas profunda, de la obra de Miguel de Cervantes.

A la llana y sin rodeos


En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor. 

A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, “ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. 

La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. 

Quienes adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras ni épocas. “Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor. 

Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración. Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición! 

Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias. 

En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad? 




Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo. 

Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre. 

Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad. Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla. 

El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito. 

Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia. 

Referencias: