viernes, 30 de enero de 2015

Cómo un encuentro entre dos desconocidos recaudó un millón de dólares

Brandon Stanton lleva cuatro años fotografiando a las personas con las que se cruza por las calles de Nueva York. Las imágenes las publica en el blog Humans of New York y en sus perfiles en las redes sociales. Cada una se acompaña de un pequeño texto con los datos del personaje, sus objetivos vitales, sus miedos, a quiénes admiran...  Casi 12 millones de personas consultan cada día esta particular cartografía de la ciudad solo en Facebook. El pasado día 20, más de un millón se fijaron en la sonrisa burlona de un chaval de 13 años llamado Vidal Chastanet. ¿Qué tenía de diferente este humano de Nueva York?


Chastanet vive en Brownsville, Brooklyn, el barrio más pobre y con el mayor índice de criminalidad de la ciudad. Cuando Stanton le preguntó quién era la persona más influyente de su vida, el niño respondió: "Nadia Lopez, la directora de mi colegio". ¿Por qué?, repreguntó el fotógrafo. "Cuando nos metemos en un lío, nunca nos suspende o nos echa. Nos llama a su despacho y nos explica cómo es la sociedad que nos rodea. Y nos dice que cada vez que alguien falla en el colegio, se construye una nueva celda. Y una vez hizo que todos nos pusiéramos de pie a la vez y nos fue diciendo uno a uno por qué éramos importantes", contestó Chastanet.
Estas dos respuestas sirvieron para que un millón de personas apretaran el botón "me gusta" en Facebook. Stanton recogió el guante y por primera vez fue más allá de la foto y se fue a conocer a la mujer que había inspirado el fenómeno viral. Nadia Lopez, de 38 años, estaba en  Mott Hall Bridges Academy, el colegio que fundó en 2010. La directora preparaba una campaña para recaudar fondos cuando el fotógrafo entró por la puerta. Esta hija de migrantes guatemaltecos y hondureños quería conseguir algo de dinero para llevar a sus alumnos a Harvard y que esta universidad se les grabara en la memoria como un objetivo alcanzable. Stanton quedó tan sorprendido que decidió ayudar a la causa a través de una página de crowdfunding. Unos 45 minutos después de anunciar el proyecto en su blog había recaudado 100.000 dólares (más de 88.000 euros). En cuatro días, 700.000 (619.000 euros)
"Nadia es increíble, es como un personaje de película", contó el fotógrafo en el blog de la presentadora estadounidense Ellen Degeneres. "Está muy involucrada y es muy ambiciosa siempre del lado de los niños. Podría haber sido la CEO de una empresa cotizable en bolsa, pero decidió crear un instituto en el peor barrio de Brooklyn".
No era la primera vez que Stanton se involucraba en un proyecto de financiación colectiva a través de su blog. "Pero este caso es distinto, se basa en el encuentro fortuito de dos extraños por la calle", dijo. "Creo que la razón por la que la gente se ha involucrado tanto es porque han podido seguir la historia desde el principio, es como si todos hubiérmos hecho el mismo camino".
El objetivo incial eran 100.000 dólares, ya han superado la barrera del millón. El pasado lunes, la directiva del colegio anunció que ya no solo irían los alumnos de sexto curso a Harvard, sino que tenían dinero suficiente para que las próximas 10 promociones también puedan viajar, además de crear una beca de estudios con el nombre de Vidal Chastanet, en homenaje al alumno que ha conseguido esta hazaña digital.

¿Qué es Mott Hall Bridges Academy?

En 2010, cuando Nadia López fundó el instituto, muchas familias del barrio lo vieron con esperanza como una zona franca. La vía de escape a la pobreza a la que muchos jóvenes están predestinados al nacer dentro de estas lindes. "Si eres de Brownsville, nadie espera mucho de ti", le contó Chastanet al fotógrafo. "Solo esperan que falles, no quieren que te conviertas en alguien. Así que como dice la señora Lopez, yo he decidido centrarme en el futuro, es lo que hay que tener siempre en la mente".
Como este chico, cerca de los 191 estudiantes de sexto, séptimo y octavo curso (entre 13 y 16 años) son negros o hispanos. Más del 85% son tan pobres que solo pueden comer en el colegio gracias a las becas de comedor, según publicó The New York Times en diciembre de 2014.
"Cuando se piensa en Manhattan, la primera imagen que viene a la mente es la de los rascacielos y lujosas casas de millones de euros. Luego llegas a Brownsville y los únicos edificios altos que hay son los de protección oficial", contó Nadia López al diario neoyorquino. "Aquí no hay igualdad y no es justo". 
En Mott Hall Bridges a los estudiantes se les llama escolares. Todos visten de morado, incluido el personal del centro, "porque es el color de la realeza", explicó la directora. "Quiero que mis alumnos sepan que aunque vivan en vivienda municipales forman parte de un linaje que se remonta a los grandes reyes y reinas de África. Que forman parte de un colectivo que ha superado mucho a lo largo de la historia y que siempre ha sabido reponerse". Según publicó The New York Times, en la última evaluación llevada a cabo por el departamento de educación de la ciudad, este colegio consiguió la máxima calificación por el rigor de su currículo y la efectividad de su sistema de aprendizaje. La pasada primavera, 72 de los 75 estudiantes que se graduaron ya están matriculados en institutos de enseñaza superior fuera de este barrio.
Cada otoño, en lo que ya se ha convertido en una tradición, los alumnos de sexto grado como Vidal Chastanet, se dan la mano y cruzan el puente de Brooklyn hasta Manhattan como símbolo de su conexión con el mundo.
Referencias: 
http://elpais.com/m/verne/2015/01/30/articulo/1422631409_298225.html

domingo, 25 de enero de 2015

Los que alimentan el hambre

La transformación de la comida en un medio de especulación financiera ya lleva más de veinte años. Pero nadie pareció notarlo demasiado hasta 2008. Ese año, la gran banca sufrió lo que muchos llamaron "la tormenta perfecta": una crisis que afectó al mismo tiempo a las acciones, las hipotecas, el comercio internacional. Todo se caía: el dinero estaba a la intemperie, no encontraba refugio. Tras unos días de desconcierto muchos de esos capitales se guarecieron en la cueva que les pareció más amigable: la Bolsa de Chicago y sus materias primas. En 2003, las inversiones en commodities [materias primas] alimentarias importaban unos 13.000 millones de dólares; en 2008 llegaron a 317.000 millones. Y los precios, por supuesto, se dispararon.

Analistas nada sospechosos de izquierdismo calculaban que esa cantidad de dinero era quince veces mayor que el tamaño del mercado agrícola mundial: especulación pura y dura. El Gobierno norteamericano desviaba cientos de miles de millones de dólares hacia los bancos "para salvar el sistema financiero" y buena parte de ese dinero no encontraba mejor inversión que la comida de los otros.

Ahora en la Bolsa de Chicago se negocia cada año una cantidad de trigo igual a cincuenta veces la producción mundial de trigo. Digo: aquí, cada grano de maíz que hay en el mundo se compra y se vende —ni se compra ni se vende, se simula cincuenta veces—. Dicho de otro modo: la especulación con el trigo mueve cincuenta veces más dinero que la producción de trigo.


El gran invento de estos mercados es que el que quiere vender algo no precisa tenerlo: se venden promesas, compromisos, vaguedades escritas en la pantalla de una computadora. Y los que saben hacerlo ganan, en ese ejercicio de ficción, fortunas.
Y los que no saben contratan programadores de computación. Más de la mitad del dinero de las Bolsas del mundo rico está en manos del HFT (High Frecuency Trading), la forma más extrema de especulación algorítmica o automatizada. Son muchos nombres para algo muy complicado y muy simple: supercomputadoras que realizan millones de operaciones que duran segundos o milisegundos; compran, venden, compran, venden, compran, venden sin parar aprovechando diferencias de cotización ínfimas que, en semejantes cantidades, se transforman en montañas de dinero. Son máquinas que operan mucho más rápido que cualquier persona, autónomas de cualquier persona. Me impresiona que los dueños de la plata pongan tanta plata en las manos —llamémosles manos— de unas máquinas que podrían despistarse y cuyo despiste podría costarles auténticas fortunas: que tengan tal confianza en la técnica o, quizá, tal avidez.

Los HFT son la especulación más pura: máquinas que sólo sirven para ganar plata con más plata. Son operaciones que nadie hace sobre contratos que no están hechos para ser cumplidos acerca de mercaderías que nunca nadie verá. La ficción más rentable.

La máquina giraba a mil por hora. Aquel día, 6 de abril de 2008, una tonelada de trigo había llegado a costar 440 dólares. Era increíble; sólo cinco años antes costaba tres veces menos: alrededor de 125. Los cereales, que se habían mantenido en valores nominales constantes —que habían, por lo tanto, bajado sus precios— durante más de dos décadas, empezaron a trepar durante el año 2006, pero en los primeros meses de 2007 su ascenso se había vuelto incontenible: en mayo, el trigo pasó los 200 dólares por tonelada, en agosto los 300, los 400 en enero; lo mismo sucedía con los demás granos.ganan, en ese ejercicio de ficción, fortunas.

Y, como dicen los negociantes, el mercado alimentario tiene una "baja elasticidad". Es su forma de decir que, pase lo que pase con la oferta, la demanda no puede cambiar tanto: que, si los precios suben mucho, se puede postergar la compra de un coche o de una zapatilla, pero muy poca gente acepta de buena gana postergar la compra de su almuerzo.

El aumento no tenía, por supuesto, una causa exclusiva. Una de ellas fue el aumento extraordinario del precio del petróleo, que en esos días de abril bordeaba los 130 dólares por barril, el doble que 12 meses antes. El petróleo es tan importante para la producción agropecuaria que un ensayista político inglés, John N. Gray, dijo hace poco que "la agricultura intensiva es extraer comida del petróleo". Se refería, entre otras cosas, a ese cálculo tan cacareado que dice que producir una caloría de comida cuesta siete calorías de combustibles fósiles.

El precio del petróleo influye en el precio de los alimentos de varias maneras. Los alimentos incluyen en su costo una parte significativa de combustible: en su producción —por las máquinas rurales y porque la mayoría de los abonos y pesticidas contienen alguna forma de petróleo—, en su transporte, en su almacenamiento, en su distribución. Pero, además, el aumento del precio del petróleo le dio más entidad todavía a los famosos agrocombustibles.

Empezaron llamándolos biocombustibles; últimamente, grupos críticos insisten en que el prefijo "bio" les presta una pátina de honorabilidad ecológica que no merecen —y postulan que los llamemos agrocombustibles—. Parece que lo agro no está tan cotizado como lo bio en la conciencia cool. Pero hay gente que paga mucha plata para conseguirles buena prensa: en el año 2000 el mundo produjo 17.000 millones de litros de etanol; en 2013, cinco veces más: 85.000 millones. Y nueve de cada diez litros se consumieron en Estados Unidos y Brasil. (...)

Y es otra forma de usar los alimentos para no alimentar.

Y un negocio de primera para muchos.

El agrocombustible es la penúltima respuesta a la superproducción de granos que complica desde hace décadas a la agricultura norteamericana. En el último medio siglo las técnicas agrarias mejoraron como nunca, los subsidios a los granjeros aumentaron muchísimo, y sus explotaciones consiguieron rendimientos inéditos: no sabían qué hacer con tanto maíz, con tanto trigo. En la segunda mitad del siglo XX Estados Unidos se enfrentó a un problema con pocos antecedentes en la historia de la humanidad: la superproducción de alimentos. Parece un chiste que ése fuera el problema del mayor productor de comida de un mundo donde falta comida.

Entre otros efectos, la superproducción mantuvo muy bajos los precios de la comida durante un largo periodo. Uno de los primeros usos de ese excedente fue político: la exportación, bajo capa de ayuda, de grandes cantidades de grano. Ya hablaremos del programa Food for Peace. (...)


Después vendrían otros usos: jarabes de maíz —gran endulzador de la industria alimentaria—, detergentes, textiles y, últimamente, el agrocombustible.

El etanol norteamericano está hecho de maíz. Estados Unidos produce el 35 por ciento del maíz del mundo, más de 350 millones de toneladas al año. Una ley federal, la Renewable Fuel Standard, dice que el 40 por ciento de ese grano debe ser usado para llenar los tanques de los coches. Es casi un sexto del consumo mundial de uno de los alimentos más consumidos del mundo. Con los 170 kilos de maíz que se necesitan para llenar un tanque de etanol-85, un chico zambio o mexicano o bengalí puede sobrevivir un año entero. Un tanque, un chico, un año. Y se llenan, cada año, casi 900 millones de tanques.

El agrocombustible que usan los coches estadounidenses alcanzaría para que todos los hambrientos del mundo recibieran medio kilo de maíz por día.

El Gobierno americano no sólo obliga a usar el maíz para empujar coches; también entrega a quienes lo hacen miles de millones de dólares en subsidios. (...) El aumento de la demanda de maíz producida por el etanol es responsable de un porcentaje importante —que nadie puede definir con precisión— del aumento del precio de los alimentos.

Un ejemplo: muchos granjeros del Medio Oeste americano dejaron de cultivar el maíz blanco que vendían, entre otros, a México – para pasarse al amarillo que se usa para hacer etanol. Entonces los precios de la harina se duplicaron o incluso triplicaron en México y miles de personas salieron a la calle. Lo llamaron la revuelta de las tortillas.

En Guatemala no salieron. En Guatemala la mitad de los chicos están malnutridos. Hace veinte años Guatemala producía casi todo el maíz que consumía. Pero en los noventas empezaron a llegar los excedentes americanos, baratísimos por los subsidios que recibían en su país, y los campesinos locales no pudieron competir con esos precios. En una década la producción local había disminuido una tercera parte.

En esos días, muchos campesinos tuvieron que vender sus tierras a empresas que ahora plantan palmeras para hacer aceite y etanol, caña para azúcar y etanol. Y los que pudieron seguir cultivando las suyas encontraron más y más dificultades: amenazas armadas para que las vendan, propietarios que prefieren dejar de alquilarles las suyas para trabajar con las grandes compañías, grandes plantaciones que se llevan el agua o la envenenan con sus químicos.

El problema se agudizó en los años siguientes: los americanos empezaron a usar su maíz para hacer etanol y los precios subieron, y subieron más con los grandes aumentos que precedieron a la crisis de 2008. Ahora, en las tortillerías guatemaltecas, un quetzal – unos 15 centavos de dólar– compra cuatro tortillas; hace cinco años compraba ocho. Y los huevos triplicaron su precio porque los pollos también comen maíz.

Son ejemplos.

Pero no creo que nadie lo haga para perjudicar a nadie. Quiero decir: no es que las autoridades y los lobbies y los productores agrícolas americanos quieran hambrear a los chicos guatemaltecos. Sólo quieren mejorar sus ventas y sus precios, depender menos del petróleo, cuidar el medio ambiente – y eso produce ciertos efectos secundarios: sucede, qué se le va a hacer.


http://elpais.com/elpais/2015/01/22/planeta_futuro/1421944033_312472.html

Por qué hice este libro

MARTÍN CAPARRÓS

Martín Caparrós. / SAÚL RUIZ
Lo hice porque, en algún momento, creí que no podía no hacerlo. Pero escribir El Hambre fue, probablemente, el trabajo más difícil que encaré en mi vida. De la Bolsa de Chicago a las fábricas de Bangladesh, de los hospitales de Níger a los basurreros  de Buenos Aires, de la guerra civil de Sur Sudán a las explotaciones chinas en Madagascar, del moritorio de la Madre Teresa de Calcuta a los morideros suburbanos de Mumbai, me pasé años recorriendo la geografía del hambre para contar y analizar la mayor vergüenza de nuestra civilización: que cientos de millones de personas no coman lo suficiente en un planeta que produce alimento de sobra para todos.

domingo, 18 de enero de 2015

El ideal republicano francés se estrella en Marsella



En el centro de Marsella, las fronteras son sutiles, pero constantes y muy marcadas. El barrio más pobre de Francia, el distrito tercero, se encuentran a unos cientos de metros de los yates atracados en el Puerto Viejo, de toda la renovación impulsada durante la capitalidad cultural europea de la ciudad. Basta con cruzar unas calles para pasar de un mercado árabe, que podría estar en cualquier ciudad del Magreb, a toparse con las tiendas de las marcas de ropa más caras. En cada espacio la población es diferente. Cuando se sale desde centro hacia los grandes barrios populares del norte de la ciudad, los límites son mucho menos sutiles. El tejido urbano es aquí insólito: pequeños pueblos de casas bajas, habitados en su mayoría por los llamados galos —descendientes de franceses que no provienen de la emigración— donde se produce una fuerte concentración de voto ultra al Frente Nacional. Estos núcleos están rodeados por tremendas torres de viviendas sociales, las Cités, guetos de pobreza y paro, habitados en su mayor parte por familias provenientes de la inmigración, aunque en muchos casos llevan varias generaciones en Francia.

“Aquí se produce una fractura terrible. Decimos que no existe la identificación por comunidades, pero es una hipocresía”, explica Haroun Derbal, imán de la mezquita del destartalado mercado de las Pulgas (el rastro), situado en un parking, entre autopistas y los viejos almacenes portuarios. El mar está cerca, pero es inaccesible. “Es más que una fractura, es un cráter pero creo que es más económico que étnico, el gran problema es la desigualdad”, señala por su parte Samia Ghali, senadora socialista y alcaldesa de uno de los sectores populares de la ciudad, el ocho. Fabian Pecot, investigador social de 30 años, autor del blog sobre Marsella lagachon.com, afirma: “Hablar de la Marsella mestiza y multicultural es un pecado de optimismo”.

El ideal republicano francés se basa en que los valores étnicos o religiosos se dejan atrás para identificarse con la República, cuya fuerza gravitatoria es tan intensa que anula los demás signos de identidad. Pero todo esto parece muy lejano en Marsella, segunda ciudad de Francia, la más desigual del país (padece la mayor diferencia de ingresos entre el 10% más pobre y el 10% más rico) y la que tiene mayor población musulmana (unos 280.000 de sus 850.000 habitantes).

Pese a la fuerte presencia de emigración, en uno esos barrios populares del norte, el séptimo, fue elegido alcalde en abril Stéphane Ravier, del FN. “Fue como si hubiesen levantado muros con sus votos”, asegura Ghali, una política muy respetada, que saltó a los titulares nacionales cuando pidió que el Ejército entrase en las Cités para desarmar a las bandas. “Creo que la ciudad está cogida con alfileres. Estoy muy inquieta y espero equivocarme”, agrega esta mujer de 46 años, que se convirtió en 2008 en la primera alcaldesa de origen árabe de una gran aglomeración francesa —Marsella, como otras ciudades de este país, tiene un alcalde central, en este caso desde hace 20 años Jean-Claude Gaudin de la UMP (centroderecha), y alcaldes de barrios, con mucho poder local—.

Estos días, muchos marselleses se preguntan por qué la manifestación contra la oleada de violencia terrorista que comenzó con la matanza de Charlie Hebdo fue la menos concurrida del país. Para muchos esta baja asistencia refleja una división política profunda, pero también el hondo malestar de una población musulmana que se siente olvidada, estigmatizada y, tras el horror yihadista, amenazada.

“Para nosotros es un doble castigo, porque hay unos locos que asesinan en nombre del Islam y Charlie Hebdo que se ríe del profeta”, asegura el imán Haroun Derbal para explicar la baja participación de musulmanes en la marcha. Omar Djellil, un conocido activista de la comunidad musulmana que ha pasado por todos los colores políticos —llegó a ser amigo del fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen— y que combatió en Bosnia en los noventa, explica ante un té verde: “La comunidad musulmana está cansada de justificarse. En el colegio, mi hijo rompió el cartel de 'Yo soy Charlie' y me llamó la maestra. Apoyé a mi hijo. Nosotros condenamos el terrorismo más que nadie, pero no se puede insultar al profeta una y otra vez”.

Situado junto al puerto, el distrito tercero resume la historia de la ciudad. Durante siglos fue la zona en la que establecían los trabajadores del puerto pero, con la decadencia económica a partir de los setenta, se fueron. Ahora mismo un 55% de los hogares están por debajo del umbral de la pobreza (ingresos inferiores a 977 euros al mes). La población es, en una inmensa mayoría, de origen inmigrante. En ese barrio, un grupo de madres espera a sus hijos en la puerta de un colegio, situado al pie de unos bloques de viviendas sociales que describen “como mercados de todo tipo de tráficos”. Todo esto transcurre al lado de la nueva Marsella, de la ciudad que atraea un millón de pasajeros de cruceros al año.

Las madres ponen como ejemplo del abandono de los barrios populares una historia sobre que Le Monde escribió un reportaje titulado “La ciudad costera en la que los niños no saben nadar”: la ausencia de piscinas. En los barrios del norte, 285.000 habitantes se reparten cuatro centros deportivos. “Lo peor”, explica Hinda, una madre de familia de 45 años, “es que es obligatorio aprender a nadar”.

“¿Republicanismo? Busque a los niños que no sean de familias inmigrantes en este colegio. Vivimos codo con codo, pero no juntos”, prosigue Hinda. Louise, profesora de 40 años, agrega: “Su camino está totalmente trazado”. “Cuando nosotras éramos jóvenes estábamos mucho más mezclados. Nuestra preocupación era la integración”, afirma otra madre. “Ahora eso ha desaparecido, pero creo que es querido”. Preguntada sobre las impresiones de estas mujeres ante la falta de oportunidades de sus hijos, la senadora Ghali responde sin dudarlo: “Hay un racismo muy profundo en este país”.

Referencias:


Comentarios Reza Aslan sobre el Islam

 El canal de noticias CNN entrevistó en octubre pasado al profesor Reza Aslan, especialista en religiones, para analizar si el Islam "promovía la violencia". Ahora, el video se comenzó a viralizar a través de Internet a razón del debate en los medios de comunicación en torno a los atentados en París perpetrados por extremistas religiosos.


Durante el encuentro, el académico destruyó uno por uno a los mitos en torno a dicha creencia al punto de haber incomodado a los presentadores por el tenor de sus preguntas y rápidamente se convirtió en tendencia en las redes sociales.

Aslan posee un grado en Estudios Religiosos de la Universidad de Santa Clara, un máster en Estudios Teológicos en Harvard University y un doctorado en Sociología de las Religiones en la Universidad de California, donde actualmente es catedrático.

Referencias:
http://rezaaslan.com

http://www.lanacion.com.ar/1760368-un-especialista-en-religiones-rompio-mitos-sobre-el-islam-e-hizo-furor-en-internet

https://www.youtube.com/watch?v=KQZza2hKx7M

“Los valores de las culturas islámicas son incompatibles con los nuestros”



Yves Michaud es un filósofo que ha estudiado muy de cerca la violencia. De hecho, el primer ensayo que publicó, en 1978, se titulaba Violencia y política. Además, viaja con frecuencia a países árabes, ha organizado múltiples conferencias sobre el islam y ha vivido muy de cerca la situación de los jóvenes inmigrantes de origen musulmán en clases que ha impartido en instituciones educativas de los arrabales de París. De modo que buena parte de esta entrevista extraña, concertada al hilo de la publicación en España de su libro El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad (Taurus), pero celebrada el pasado martes en un París conmocionado por el atentado contra Charlie Hebdo, acabe derivando en un análisis del auge del fundamentalismo.

Hay modelos de sociedades muy conflictivos e incompatibles”, dice acomodado en una butaca del salón de su apartamento en París, un espacio amplio, diáfano y luminoso con vistas a los tejados de la ciudad. “Ya hubo un primer caso de culturas políticas y económicas totalmente antagónicas, el marxismo y el capitalismo, que polarizaron la vida política de 1920 a 1985. Hoy tenemos el desafío de las culturas islámicas: son valores incompatibles con los nuestros”.

Especialista en Hume y en la filosofía política inglesa, así como en el mundo del arte contemporáneo, Michaud, nacido en Lyon en 1944, es un ensayista prolífico que ha escrito sobre la violencia, el mérito o Chirac, y que ha dirigido la Escuela Nacional de Bellas Artes y la llamada Universidad de Todos los Saberes, plataforma de difusión del conocimiento mediante conferencias. Exprofesor en Berkeley, Edimburgo y París, en 2007 apoyó a Ségolène Royal, aunque en estos días, dice, el político que más le interesa es el exministro de la UMP (la formación política de Sarkozy) Bruno Lemaire.

Pregunta. ¿Qué análisis hace usted de lo que se ha vivido en estos días en París con el atentado contra Charlie Hebdo?

Respuesta. No me ha sorprendido. He organizado muchas conferencias en colegios en los últimos años y he asistido al auge no solo del fundamentalismo, sino de la fractura social entre franceses de origen inmigrante y franceses de origen no inmigrante. En las nuevas generaciones se aprecia que no participan de nuestros valores. Cuando son religiosos, rechazan la libertad de expresión categóricamente. Hace 10 años di una clase de filosofía en la cátedra de Niza y critiqué los argumentos de Santo Tomás de Aquino. En el descanso, un joven musulmán, muy amablemente, me dijo que no comprendía que criticara a Santo Tomás: si es santo, no se le critica. Este año he ido dos veces a Argelia y allí las nuevas generaciones basculan en el fundamentalismo.

P. ¿Y qué buscan esos jóvenes en el fundamentalismo?

R. Reglas. Buscan reglas.

P. ¿Y por qué buscan esas reglas?

R. Porque la libertad da miedo. Es el tema del último libro de Houellebecq, de hecho. Un taxista me dijo el otro día que procuraba no escuchar música porque la consideraba como una droga que hace olvidar las plegarias y los principios. Me decía que lo bueno que tiene la “verdadera” religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno está a gusto así. Era un hombre inteligente, pero no había posibilidad de argumentar, yo era un infiel. Hace un mes, en Argel, vi que hay una generación de gente de más de 50 años, cultivada, con mujeres que llevan el pelo suelto; y las nuevas generaciones son islamistas; no necesariamente de manera agresiva. Por eso soy pesimista, como en la novela de Houellebecq.

P. Pesimista, ¿en qué sentido?

R. Muy pesimista porque, incluso cuando son moderados, no encuentran representación política. Creo que veremos la constitución de un partido político musulmán en Francia, igual que hubo demócrata-cristianos.

P. En otro orden de cosas, en su nuevo libro sostiene usted que la obsesión por el lujo obedece a un malestar con respecto a la propia identidad, a una fragilidad del individuo contemporáneo.

R. La identidad contemporánea es frágil, carece de certezas, pero, sobre todo, es flotante. La sociedad ha sustituido el pensamiento y la reflexión por el sentir, por la inmersión en las experiencias y, especialmente, el placer. La consecuencia es que el individuo retrocede y ya no sabe muy bien quién es porque se disuelve en las experiencias y en el placer; y de pronto tiene necesidad de recuperar su identidad, de decirse: yo soy único, diferente de los demás. Entonces aparece el lujo como ostentación y diferenciación social: “Tengo marcas que tú no tienes, tengo experiencias que tú no te puedes pagar”.

P. ¿El hecho de que más gente tenga acceso a más lujos implica una sociedad más satisfecha?

R. Yo no soy un prescriptor, sino alguien que describe. Pero tendría tendencia a pensar que sí. Si hago una aproximación histórica, el hombre ha tenido hasta periodos recientes una vida de perro. Estamos en sociedades donde uno no se muere de hambre, donde vivimos mucho tiempo.

P. ¿Coincide, por tanto, con el análisis de Steven Pinker, psicólogo de Harvard, que sostiene que vivimos en el mejor momento de la historia y en la era más pacífica de la existencia de nuestra especie?

R. Si tenemos en cuenta la violencia, el hambre y la fatalidad frente a la enfermedad y la muerte, sí. Pero no se puede comparar el pasado con el presente. Y lo cierto es que tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación.

P. Usted pasa temporadas en España, tiene una casa en Ibiza. ¿Qué mirada tiene sobre la actualidad política española? Florece la corrupción, se aprecia una cierta desafección hacia parte de la clase política...

R. En Europa del Sur tenemos una clase política que ha abusado. En Francia, España, Portugal, Italia, Grecia, en los recién llegados a Europa... Hay desafección de los ciudadanos porque muchos están más informados y son más inteligentes, perciben las incapacidades de la clase política. Sobre todo gracias a Internet y a las redes sociales. Yo participo mucho en las redes sociales y estoy asombrado con la inteligencia colectiva que emerge. La desafección con respecto a las clases políticas se ha reforzado de manera lúcida. Es lo que explica la alta abstención, el voto a partidos extremistas o a nuevos partidos. Hay un cierto número de intelectuales en Francia que empiezan a decir que hay que tener una nueva mirada hacia el fenómeno del populismo. El populismo no significa obligatoriamente demagogia.

P. ¿Puede explicarlo?

R. Antes se asociaba el populismo a demagogia e ignorancia, a manipulación de masas mediante la demagogia. Creo que hoy día el populismo es en gran parte un “nosotros tenemos algo que decir, tenemos nuestra opinión y nuestras posibilidades”. Detrás del populismo hay una cierta intención de reconsiderar las opiniones de la calle. La oferta política debe ser totalmente redefinida. Y Podemos ilustra la llegada de una nueva oferta política. En Francia, tarde o temprano va a ser necesaria una renovación. Puede que cambien los partidos o que lleguen nuevas personas: hay un personaje inteligente que parece percibir bastantes cosas, Bruno Lemaire. A Sarkozy y a Hollande ya nadie los quiere: pertenecen a una generación de oportunistas.

Yves Michaud acaba de publicar El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad (Taurus). 198 páginas. Precio: 18 euros.

Referencias:

http://elpais.com/internacional/2015/01/16/actualidad/1421430804_968936.html